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viernes, 11 de marzo de 2016

Construcción de una democracia cosmopolita

Hablamos de ciudadanos del mundo y cosmopolitismo e inmediatamente recordamos la palabra globalización, sin embargo no existe ninguna relación entre ambos. La actual globalización solo se refiere a la libertad de movimiento del dinero y la posibilidad de que las grandes empresas, en busca de mayores ganancias económicas,  puedan instalarse en cualquier parte del mundo.
No hace mucho leí una noticia en la que se indicaba el incremento   de los llamados visados de oro (golden visa) “en los últimos seis años, impulsado, sobre todo, por los millonarios de China, Rusia, Libia, Irán o Venezuela, ansiosos de hallar un lugar seguro para su dinero y un pasaporte que les ahorre trámites de visados en caso de tener que abandonar raudos sus residencias de origen·”   España, desde el verano de 2013, también ha participado en el programa de concesión de visados de oro. (“Visados al contado”, El País, suplemento Negocios, 14 de febrero de 2016)
¿Quién no recuerda las dificultades con que tropiezan los actuales refugiados, no millonarios?. No existe ninguna relación entre la globalización y los conceptos de ciudadanos del mundo y democracia cosmopolita. La empatía, fundamental en el ser humano, es desconocida por quienes gobiernan la actual globalización.
 Otra importante diferencia reside en que los conceptos de ciudadanos del mundo y democracia cosmopolita obligan a sustituir los verbos confrontar y competir por los de acordar y cooperar. Es decir, convocan a trabajar en el área de negociaciones y consensos. Remplazan el concepto de competencia y  el objetivo de crecimiento económico por los de colaboración  y desarrollo humano.
Es hora de que todos los habitantes del planeta Tierra nos consideremos ciudadanos de mundo.
Ricardo Lagos,  presidente  del Consejo Latinoamericano de Relaciones Internacionales, se pregunta ¿cómo se puede vivir, convivir, en un mundo interconectado con ideologías diversas, con religiones distintas, …? Y señala  que “cada cual tendrá que, en el marco de ese diálogo,  poner sobre la mesa lo propio, sin pretender –como históricamente fue- que los demás sigan ese modelo”. “Más allá de la coyuntura (tan heredera de lo que el siglo XX no pudo resolver) estamos transitando hacia un mundo multicoral” . ( “Un mundo coral”, El País, 24 de febrero de 2016)
La situación  reclama ideas nuevas y  abrirse a la participación ciudadana. Nunca como ahora el ciudadano tuvo mayor acceso al conocimiento y sabiduría, de aquí la importancia que puede tener en concepto de sabiduría de las multitudes. En la democracia cosmopolita debe jugar  un destacado papel la sabiduría de las multitudes. En definitiva, un nuevo orden internacional que exige diálogo y cooperación en lugar de imposición.  Algo muy distinto de lo que sucede en la actualidad.  En la actualidad,  el orden internacional descansa en instituciones ademocráticas (G-20, FMI, Banco Mundial, OMC, …)  y  evita la opinión de los ciudadanos, considerada como obstáculo al libre funcionamiento del sistema. Además, está la figura de “los mercados” que pueden no estar  “contentos” con el resultado  de unas elecciones. (Unos  “mercados no contentos” son muy peligrosos).
Cada vez  en mayor medida, aumenta la sensación de que el sistema político basado en el Estado-nación se ha quedado obsoleto.  Muchos pensadores conciben un mundo organizado territorialmente en pequeños cantones autónomos pero no soberanos, sin ejército y sin poder para frenar la libre circulación de personas, ideas y mercancías, complementado por el establecimiento de fuertes organizaciones mundiales, empezando por un sistema global de justicia que vele por los derechos humanos en el mundo entero.  Una de las más importantes organizaciones mundiales sería, como insistentemente indica Federico Mayor Zaragoza, sería una ONU modificada.  

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