Hablamos de ciudadanos del
mundo y cosmopolitismo e inmediatamente recordamos la palabra globalización,
sin embargo no existe ninguna relación entre ambos. La actual globalización
solo se refiere a la libertad de movimiento del dinero y la posibilidad de que
las grandes empresas, en busca de mayores ganancias económicas, puedan instalarse en cualquier parte del
mundo.
No hace mucho leí una
noticia en la que se indicaba el incremento
de los llamados visados de oro (golden
visa) “en los últimos seis años, impulsado, sobre todo, por los millonarios
de China, Rusia, Libia, Irán o Venezuela, ansiosos de hallar un lugar seguro
para su dinero y un pasaporte que les ahorre trámites de visados en caso de
tener que abandonar raudos sus residencias de origen·” España,
desde el verano de 2013, también ha participado en el programa de concesión de
visados de oro. (“Visados al contado”, El
País, suplemento Negocios, 14 de febrero de 2016)
¿Quién no recuerda las
dificultades con que tropiezan los actuales refugiados, no millonarios?. No
existe ninguna relación entre la globalización y los conceptos de ciudadanos
del mundo y democracia cosmopolita. La empatía, fundamental en el ser humano, es desconocida por quienes gobiernan la actual globalización.
Otra
importante diferencia reside en que los conceptos de ciudadanos del mundo y
democracia cosmopolita obligan a sustituir los verbos confrontar y competir por
los de acordar y cooperar. Es decir, convocan a trabajar en el área de
negociaciones y consensos. Remplazan el concepto de competencia y el objetivo de crecimiento económico por los
de colaboración y desarrollo humano.
Es hora de que todos los habitantes del
planeta Tierra nos consideremos ciudadanos de mundo.
Ricardo Lagos, presidente
del Consejo Latinoamericano de Relaciones Internacionales, se pregunta ¿cómo
se puede vivir, convivir, en un mundo interconectado con ideologías diversas,
con religiones distintas, …? Y señala que “cada cual tendrá que, en el marco de ese
diálogo, poner sobre la mesa lo propio,
sin pretender –como históricamente fue- que los demás sigan ese modelo”. “Más
allá de la coyuntura (tan heredera de lo que el siglo XX no pudo resolver)
estamos transitando hacia un mundo multicoral” . ( “Un mundo coral”, El País, 24 de febrero de 2016)
La situación
reclama ideas nuevas y abrirse a
la participación ciudadana. Nunca como ahora el ciudadano tuvo mayor acceso al
conocimiento y sabiduría, de aquí la importancia que puede tener en concepto de
sabiduría de las multitudes. En la democracia cosmopolita debe jugar un destacado papel la sabiduría de las
multitudes. En definitiva, un nuevo orden internacional que exige diálogo y cooperación
en lugar de imposición. Algo muy
distinto de lo que sucede en la actualidad. En la actualidad, el orden internacional descansa en
instituciones ademocráticas (G-20, FMI, Banco Mundial, OMC, …) y evita la opinión de los ciudadanos,
considerada como obstáculo al libre funcionamiento del sistema. Además, está la
figura de “los mercados” que pueden no estar “contentos” con el resultado de unas elecciones. (Unos “mercados no contentos” son muy peligrosos).
Cada vez
en mayor medida, aumenta la sensación de que el sistema político basado
en el Estado-nación se ha quedado obsoleto. Muchos pensadores conciben un mundo organizado territorialmente en pequeños cantones
autónomos pero no soberanos, sin ejército y sin poder para frenar la libre
circulación de personas, ideas y mercancías, complementado por el
establecimiento de fuertes organizaciones mundiales, empezando por un sistema
global de justicia que vele por los derechos humanos en el mundo entero. Una de las más importantes organizaciones mundiales
sería, como insistentemente indica Federico Mayor Zaragoza, sería una ONU
modificada.
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